domingo, 16 de xullo de 2017

Parto vaginal después de cesárea en T invertida



Se acaba de ir la contracción de las 13:30. Es algo más floja que sus predecesoras. Más espaciada. Estoy sentada en la sala de espera. Vengo al gine a revisarme. Llevo desde el martes por la tarde con contracciones y quiero saber si están siendo tan efectivas como las siento. Estamos a jueves. También quiero asegurarme de que todo está bien. No es que tenga motivos de preocupación, no ha pasado nada que me haga sospechar de una desviación de la norma pero, después de morirte una hija en el útero, inconscientemente necesitas la seguridad de una ecografía. Que el cordón esté en su sitio, como si verlo hoy en la pantalla bicolor pudiese convertirlo en plano fijo. Como si un ecógrafo pudiese detener el fatídico ritmo de la vida que se va, que se te escapa sin que puedas agarrarla. Estoy sola esperando, soy la última. Enfrente, separadas tan solo por unos cuantos pasos, me mira doña Rosalía. Estamos en su mes, el de febrero. El 24 de 1837 abría los ojos. El 14 de 1877 los cerraba con su Valentina muerta. Ya es curioso toparme su cartel en un centro de salud. Hace unas semanas estaba exactamente en el mismo asiento, contoneándome para encontrar postura cómoda a este sacro dolorido. Manchaba un poco y era raro. Desde el primer parto no había vuelto a ver tapón mucoso y encima su expulsión había supuesto su inicio. No estaba siendo el caso. De hecho, estaba quieta en mi silla, como si todo se hubiese detenido. 40+3 semanas, nada preocupante, pero sí agobiante, extraño. Hacía unos días había estado un par de horas con contracciones y, aunque obviamente cesaron, me quedaba en el cuerpo sensación de parto. Concretamente, de estar de parto sin parto. Me masajeaba el sacro de manera inconsciente, me balanceaba y caminaba con las piernas muy abiertas, como con un gran peso que me pegaba a la tierra. Pero la noche, al contrario de lo que se dice, desanimaba mis contracciones y me permitía dormir plácidamente, que hasta la vejiga me estaba respetando en este embarazo. Pocos síntomas fuera de los primeros meses horribles de horizontalidad. Síntomas físicos, porque psicológicamente duro, de arrepentirse, de odiarlo, de querer arrancarme la barriga y entregársela al primero que pasase. De querer una cesárea. Supongo que cuando tu hija muere en tu vientre justo durante el paso del útero a tus brazos, la transición se convierte en sinónimo de pánico. Una niña perfecta, un embarazo perfecto que, en un segundo impredecible, se torna muerte. Nunca me había sentido tan sin salida, tan sin ninguna opción buena, callejón oscuro. Parir era pánico, la cesárea miedo y lo único cierto era que este niño, sí o sí, iba a nacer. Y yo iba de culo, en un viaje entre tinieblas, que se me sacudió hacia las 30 semanas cuando en una eco lo descubrimos de nalgas. Nada que decidir. Nada mi responsabilidad. Cesárea programada en mi hospital. Qué seguridad nos transmite la cesárea, como si fuese una intervención inocua. Como si los niños abandonasen el útero por inofensiva ósmosis. Como si nadie nunca se muriese en un hospital y diese igual nacer por arriba que por abajo, en la semana 38 o cuando el bebé dice ya. Y sentí alivio. Marcaría un día que nos viniese bien con mi gine que me iba a respetar en todo, dejaría a los hermanos mayores en casa, la abuela pidiéndose días y encargándose de la logística y, ya está, me darían un niño vivo y todos contentos. El alivio me duró hasta que me dormí. Por la mañana algo se me rebeló: ¿de verdad vas a entrar a quirófano fresca como una lechuga sin una sola contracción? ¿Vas a negarle su nacimiento como si tuviese la culpa del maldito prolapso de cordón? ¿Puedes entrar andando al hospital y, despierta, sentir cómo te remueven la entraña hasta arrancártelo, asustado, inmaduro? ¿Y si pasa "algo"? Y comprendí que la cesárea no me garantizaba nada, que igualmente podría haber complicaciones, mínimas, sí, tan mínimas como el 0,47 de riesgo de prolapso... Que marcar un día de cesárea no impedía que me pusiese de parto antes. Porque no podía abstraerme de mi responsabilidad. No podía huir del parto por miedo. Tenía que enfrentarme al abismo. Y, al contrario de lo que me esperaba, no sufría ansiedad durante estas últimas semanas. De hecho, en ningún momento había estado tan tranquila. Y decidí. Decidí hacer todo lo que estuviese en mi mano para que se girase, a la vez que me hacía un máster en partos de nalgas. Por si acaso. Probé posturas, leí y vi, técnicas, maniobras, moxibustión y le dije "si tú te giras, yo te paro". Y tan tranquilamente me planté en reunión con los jefes de obstetricia porque en la semana 35 decidieron que no me atendían el parto, que eso era una cosa muy loca, de hippies que no estudian seis años de medicina, ni la especialidad, ni el MIR, ni escriben sesudos artículos científicos, ni tienen veinte años de experiencia... Además, en su bola de cristal vieron que mi bebé no se iba a girar. Y es que ni tendríamos que estar hablando de parto, que hay que programar una cesárea sí o sí porque el útero se me va a romper y vamos a morir todos.
            - Firma, te lo pido como favor personal, me dijo la coordinadora, esgrimiendo, como se ve, un impecable argumento científico.
            Y yo firmé, pero la negativa a programarme.
            - A las cuatro de la mañana llegarás para cesárea de urgencia, vaticinó el jefe antes de marcharse.
            - Y pondrás nervioso a todo el personal, dramatizó de nuevo la coordinadora, lo que dice mucho de unas personas encargadas de tratar urgencias...
            Le puse datos y estudios sobre la mesa para demostrarle que, de verdad de la buena, evidencia científica mediante, no era tan peligroso parir tras cesárea en T invertida, ya que ese era el quid de la cuestión, que nunca una única letra había sembrado tanto pánico.
            - No vamos a discutir de estudios, me suelta como un bofetón.
            Señoría, no hay más preguntas. ¿Entonces en base a qué decidimos? Y pasaron mi caso a la asesoría legal porque si pisaba de parto el hospital, salvo que la cabeza estuviese asomando, era cesárea sí o sí. Y tuve miedo de que me enviasen a casa a la Guardia Civil para rajarme bajo orden judicial. Así que mis opciones de parir pasaban porque estuviese mi gine de guardia o ingresar en completa. No solo no me dejan parir sino que me niegan la versión externa. No va a ser fácil pero estoy extrañamente tranquila. Algo me dice que esta gente poco va a decir en mi parto. Nadie va a decidir el día de tu nacimiento. Un par de semanas después, se giró.
            Y por fin entro en consulta. La ecografía nos muestra que todo va bien. Unos 2,800 kg de bebé, bien colocado, poco líquido, placenta arriba y cordón en su sitio. El útero tiene varias zonas finas, de esas medidas que harían correr a los saurios a quirófano por el riesgo de rotura, aunque la evidencia haya demostrado que ninguna medida es predictiva. Suerte que no estoy con uno de ellos. Mi gine me pregunta por mis contracciones. Después de un par de horas el sábado, estando de 39+5, habían cesado hasta el martes. Eso no era raro. Menos con el segundo, con el que tuve casi un mes de contracciones prodromáticas, mis partos arrancaban directamente. Por eso estaba agobiada y quería saber si en estos dos días se me había modificado el cérvix. Me parecían contracciones efectivas, pocas pero contundentes. Y perdía tapón. El parto no podía tardar mucho más. Las contracciones empezaban después de comer y se sucedían cada media hora. Incomodaban un poco. Cesaban a la hora de la cena y volvían a reanudarse poco antes de la medianoche. Sentía cómo me abrían el cérvix y yo lo visualizaba, me repetía "respira y abre". En la cama continuaban y no me dejaban dormir. Comencé a coger el móvil para cronometrarlas. Duraban un minuto. Me ayudaba ver correr los segundos. Me concentraba. Me daba perspectiva. Con el amanecer remitían y conseguía dormir unas horas. Le pido un tacto.
            - Estás de entre 2 y 4 centímetros.
            Y casi salto de alegría. Así, sin enterarme, estaba prácticamente de parto. Marcamos monitores para dentro de unos días, si llego, y a esperar. Siento que he cumplido resistiendo hasta ponerme de parto. Dejar que decida su día. Ya ha estado bien de pelear. Me doy permiso para pedir una cesárea. Y me perdono.
            En casa sigo con el síndrome del nido con el que convivo desde hace semanas por primera vez. He involucrado a polipadre y limpiamos paredes, techos, montamos armarios, desalojamos la cocina o lavamos la ropa del bebé deseando que esta vez no tengamos que guardarla sin usar. Respiración contenida. Físicamente lo llevo, pero la cabeza ya no se me concentra en algo que no sea el día P. Las contracciones se repiten en su patrón habitual. Tengo todo preparado para ir al hospital. Controlado todo lo que puedo controlar. Me acuesto casi a la una y a la 1:30 me despierta una contracción molesta. Respiro y abro caray cómo tira del cérvix. Pretendo seguir durmiendo pero, siguiendo su ritmo habitual, otra potente contracción me despierta a las 2 de la mañana. Pero esta vez es diferente. No aguanto tumbada y tengo que levantarme y lo hago pensando por qué, si contracciones cada media hora ni son parto ni son nada. Sentada en el sofá tampoco estoy cómoda. Me arrepiento de no haber inflado la pelota de Pilates. Siento medio culo en el borde del sofá y me incorporo con los brazos cuando llega una contracción. Por supuesto, pongo la tele y enciendo la luz. El ruido me ayuda a concentrarme y necesito luz porque estoy en alerta de parto. Tengo que ver. En la tele escojo Calleja y pienso que esto se va a parar. Las contracciones llegan irregulares y ahora no suelen pasar de los 40 segundos de duración. Vamos a menos y me siento un poco tonta aquí medio sentada, a ver qué hago levantada de madrugada con lo bien que estaría con mis chicos en la cama. Algunas contracciones son más potentes que otras y me obligan a ir al baño. Presionan la vejiga. Pierdo tapón y le hago fotos. Ya voy teniendo un buen álbum con tanta pérdida. Identifico un patrón: ciertas contracciones, caída del tapón, contracciones más "leves" que no lo mueven y vuelta a empezar. De tanto ir y venir acabo dejando todas las luces encendidas, aunque de normal siempre voy a oscuras. Qué curioso es esto de parir. Se me van pasando las horas de la sala al baño, camino de ida y vuelta. Descubro que de pie llevo mejor las contracciones y encima siento que la postura me ayuda a dilatar el cérvix, que me sigue tirando, noto la cabeza sobre mi vejiga. También estoy bien andando. Me aburro y, como no me quiero creer que estoy de parto, apago la tele y vuelvo a la habitación. Voy a intentar dormir pero soy incapaz de meterme en la cama. Me quedo agarrada a la ventana, piernas abiertas, pasando la contracción. Sobre todo intento mantenerme erguida. Pienso que el segundo parto fue tan largo por pasarlo a cuatro patas. Estoy empeñada en que la cabeza apoye bien. No tengo ningún miedo, en contra de lo que pensaba, estoy tranquila, segura de que la posición es correcta y de que el peque está bien. Se mueve periódicamente. Me pierdo en las horas. Ya no aguanto más y despierto a polipadre. Son las 5:45. Necesito que me haga un tacto para tener una idea de cómo voy.
            - Solo toco cabeza.
            No puede ser. Es del todo imposible que esté en completa. Me parece que las contracciones van a menos y ya casi no mancho. A ver si voy a estar en la parada previa al expulsivo... No. No puede haber sido tan fácil. No tengo sensación de pujo, quizás ni siquiera esté de parto. Igual aún es pronto pero él insiste en llamar al gine. Sí quiere saber y saberlo ya. Lo hace a las 6 de la mañana, mientras yo camino del baño a la sala y viceversa, pasando contracciones apoyada en todos los muebles. Hago fuerza contra ellos y siento que la cabeza deja de apretar la vejiga para situarse sobre el cérvix. Eso es que está bajando. Voy andando con las piernas tan abiertas que casi no puedo hacerlo, tengo que agarrarme, muebles, puertas o paredes. Voy desvistiéndome y vistiéndome, sintiendo frío y calor. Bebo agua con gas y un par de tragos de aquarius. Pero estoy bien, demasiado bien, como insisto en transmitirle al gine.
            - Vaya, hemos hablado veinte minutos.
           Y ahí me doy cuenta de que en ese tiempo he pasado unas cinco contracciones y, aunque para mí son muy espaciadas, eso implica que las estoy teniendo aproximadamente cada cuatro minutos. En hora y media saldremos hacia el ambulatorio para valoración. Creo que se han hecho un poco lío con eso de que yo preferiría ir al ambulatorio antes que al hospital, que es cierto pero no tenía apuro por salir de casa. Venga, a ver si hay suerte y paro antes, jajaja. Y es que realmente no me apetece nada nada pero nada salir de casa. Barajo incluso llamar a mi matrona para que venga a atenderme. Pero hemos quedado, tengo que ir. Mi racionalidad ve conveniente un control médico. A todo esto parece que, solo con la perspectiva, el parto se me detiene. Hermano mayor se despierta y se levanta, lo que aprovecho para volver a la cama. Necesito estar tranquila. Nada más entro en la habitación, mediano se despierta y, sin verme, se va. Me hago una torre de cojines para apoyarme manteniendo cierta elevación. Sigo con mi obsesión de que la cabeza apoye bien en el cérvix. Me tapo con la colcha y estoy tan cómoda, tan a gusto, tan tranquila, tan calentita, que me quedo dormida. Normal tras una noche en blanco y las dos anteriores con el sueño interrumpido. Porque las contracciones siguen y, aún a medio dormir, me incorporo lo que puedo para mantener la verticalidad de su cabeza sobre mi cérvix. Quiero notar una leve sensación de pujo. No sé el tiempo que ha pasado cuando irrumpe polipadre.
            - Tenemos que irnos.
            Había preparado a los niños y cogido todas las mochilas. Me traía ropa, la puerta abierta, los niños jugueteando camino del coche. Soy incapaz de vestirme sola, incapaz de separar los pies de la tierra. Muuuuuuuy despacio, con toda la paciencia del mundo, él me viste, me apoyo en su cuerpo. Tenía yo preparado un pantalón negro super flojo porque no aprieta nada, lo más cómodo que tengo, lo mejor para sentarme en el coche con contracciones. Por encima, lo primero que él ha pillado, una camiseta negra de manga larga viejísima que era suya y que utilizo para estar en casa. Menos mal que no me veo porque entre el luto y el pelo recogido y despeinado de cualquier manera en una coleta alta llevo un aspecto lamentable. En la puerta me da una contracción y grito. Me ha descentrado el cambio, estoy desconcentrada, molesta, me duelen más las contracciones. Mi perro aúlla conmigo, tan gracioso. Estoy segura de que me han oído los vecinos. Qué vergüenza y qué poco me importa. Por fin estamos todos listos en el vehículo. Como no me puedo sentar voy de rodillas en el asiento del copiloto, agarrada al respaldo. Tengo un primer plano de hermano mayor que va protestando por no sé qué, por mucho que su padre le pide que se espere, que lo primero es llevarme al médico porque ya va a nacer el hermanito. Algo le digo. Ya va a nacer. Lo dice fácil. Me lo voy creyendo. Estoy muy incómoda. Cada movimiento brusco del coche, cada curva o cambio de marchas me provoca un tirón del cérvix. Es difícil mantener la postura, las piernas que no tienen sitio suficiente para abrirse y bien apoyarme. Me tambaleo. Lo estoy llevando muy mal y no hago más que repetir que más despacio, más suave. Llegamos al ambulatorio más cerca de las 10 que de las 9. Mal aparcamos en la puerta y hasta el coche llega mi gine con una silla de ruedas. Polipadre le había dicho que no podía andar. Me subo a la silla tal cual voy en el coche, o sea, malamente de rodillas agarrada al respaldo. No va la cosa muy estable. Mi gine lleva mi móvil en su bolsillo. Polipadre se ha ido a aparcar y tenemos que avisarlo cuando acabemos. Me muero de la vergüenza. Bajo la cabeza como si con eso pudiera desaparecer los ojos curiosos que noto puestos en mí. Subimos tres plantas en el ascensor directos a la consulta. Está la enfermera ayudando a desvestirme, parando las veces necesarias para respetar cada contracción. Las sigo pasando de pie, piernas abiertas haciendo fuerza contra lo que pillo, silla, camilla, potro. Soy incapaz de tumbarme así que lo intentamos de pie pero no conseguimos escuchar el latido. No me queda más remedio que aguantar en la camilla. El bebé está perfecto y mi cérvix está dilatado... 5 centímetros. Se me cae el mundo encima. No contaba con tan poco. ¡Si casi ni puedo andar! Y aún tengo que llegar a 7 centímetros, hacer mi parada fisiológica habitual de vete a saber cuánto tiempo, continuar hasta completa y el expulsivo. ¡Demasiadas horas! Nada. Imposible. El juego ha terminado. Voy a pedir cesárea. Voy al hospital y en cuanto llegue mi gine, que aún tiene un par de horas de trabajo por delante, le pido cesárea.
            - Bueno, estás de parto, probablemente será para mediodía o primera hora de la tarde.
            ¡Ja! ¡Y un cuerno! ¡No me conoce! ¡Al mediodía de mañana o pasado pariré yo! ¡Con lo que tardo! Y, sumándosenos la enfermera, deshacemos el camino montada a lo loco en la silla de ruedas. La enfermera se piensa cómo bajarme por la rampa, mi gine se adelanta para hablar con polipadre que, no sé cómo, ya estaba esperando en la acera. Estoy tan enfadada que me levanto. Qué coño, si solo estoy de 5 centímetros esto no es parto ni es nada, no tengo por qué no ir andando. Agarrada a los dos hombres, bajo por la rampa.
            - Entonces aparcad cerca del hospital y en dos horas más o menos termino y hablamos a ver cómo va. Si pasa algo entráis al hospital. Creo que mejor esperar antes que ir directamente, ¿no?
            - Uy, sí, ella no quiere ir al hospital.
           ¿Qué? ¡Están locos! ¿Cómo voy a aguantar dos horas así en el coche? ¡Con lo que me había costado llegar y no había sido ni media! ¡Yo sí quería ir al hospital!
            - Bueno, estás de parto. ¡Ánimo!
            Y se despide y nosotros arrancamos el coche, yo de vuelta a las rodillas en precario agarrada en el respaldo. Salgo peor de lo que entré. Si ayer estaba quizás de 4 centímetros, toda la noche para dilatar solo uno... Me vengo abajo. No aguanto más. No voy a aguantarlo. El parar y arrancar de la conducción por la ciudad no me ayuda. Me tira del cévix.
            - Para. Para ya de una vez, me quejo.
         Estamos dando vueltas buscando aparcamiento y ya no lo aguanto más. Estoy muy incómoda. Polipadre me dice algo que no recuerdo y, por fin, aparcamos. Los niños ya están fuera del coche cuando casi ni me ha dado tiempo a levantar la cabeza. Esto es lo que hay. Dos horas. Tengo que ponerme cómoda.
            - Quita las sillas, así no aguanto, necesito sitio.
           Y me bajo del coche. A mi espalda hay una montaña de tierra donde de reojo intuyo a los niños. Los oigo reír y hablar. Ya están subiendo y bajando. No tengo ni idea de dónde estamos. 
            Polipadre hace hueco como puede y retira al maletero la silla más grande. Yo me lanzo a la parte trasera que ya no aguanto más. Hay una sábana vieja y la enrollo para apoyar brazos y cabeza. Sigo con mi obsesión de mantenerme lo más erguida posible aunque esté en un coche prácticamente a cuatro patas. Cojo postura con las piernas fuera del coche. Tengo la frente apoyada contra la silla que queda. Cuando me llega una contracción hago fuerza con la cabeza contra ella, con las piernas contra la carrocería. Tengo muchísimo frío. Estoy temblando. Polipadre me ve. Está al lado del coche, a mi lado, controlando a los niños que siguen en su juego despreocupado. Me da su abrigo. Ahora sí que ya llevo un look total, con una zamarra extra grande que incluso me permite abrocharla del todo, a pesar del barrigón de 40 semanas y 4 días.
            Me dispongo a aguantar las dos horas pactadas antes de pedir una cesárea.
            - No puedo, le digo a polipadre.
            Me abraza.
            - Voy a pedir una cesárea. No aguanto. No aguanto más.
            Me recoloco como puedo en el coche, ya sin frío. Empiezo a tener sensación de pujo, muy suave. Y una mierda voy a estar pujando si solo estoy de 5 centímetros... Mi cabeza no deja de dar vueltas. A decir verdad, ¿por qué no aguanto? No es que tenga un dolor insoportable, para nada, de hecho, ahora que he encontrado postura cómoda, las contracciones son bien llevaderas. Y son escasas, tanto que me adormezco. El sol de esta primavera adelantada me mantiene calientes los riñones. Lo que me atormenta es el tiempo, desconocer cuánto me queda así. Ya me lo he currado suficiente todo el embarazo. Quiero parar ya.
            Rápido ya ha pasado una hora y ya solo queda otra. No noto que mi útero trabaje, no siento movimiento, solo la contracción que presiona la cabeza contra mi cérvix. Lo siento completamente ocupado por ella y eso me da tranquilidad, ya que sin bolsa rota no hay prolapso. El peque se mueve periódicamente. Cuando me parece que lleva un tiempo quieto, como si me escuchase, me golpea con suavidad. Creo que todo está muy parado, llevaré unas ocho contracciones en todo este tiempo. Ni estoy gritándolas, como mucho abro la boca y sigo visualizando como mantra mi "respira y abre". Tampoco siento necesidad de quitarme la ropa, de hecho, ni tengo calor, aunque me noto las mejillas coloradas. Es decir, no hay ni rastro de todo lo que hice en mis partos anteriores. Hace sol, la mañana avanza, los niños continúan en la montaña, polipadre riñe a hermano mayor y cruza unas palabras con un operario que entra y sale varias veces montando una pequeña excavadora. Estamos en un prohibido aparcar y aún así, sin velas, sin oscuridad, sin la intimidad de mi propia cueva, los pujos cada vez se me hacen más evidentes y es a los 7 centímetros cuando yo empiezo a pujar. Es probable que tenga esa dilatación y esta se me haya parado, preparando los cuerpos para la última fase expulsiva. Sigo pensando en solicitar una cesárea, pero también pienso en hablarlo con mi gine, escuchar su valoración y tomar después una decisión. No me parece justo para mi peque extirparlo sin causa médica justificada. ¿Me pondrán por lo menos la epidural? No sé si pueden tras mi cesárea. Tampoco he visitado al anestesista ni firmado el consentimiento. Los pujos cada vez son más fuertes. Empieza a salir líquido, me corre piernas abajo empapando el pantalón. Es pis. Seguro. Por unos instantes, me pienso plantarme allí mismo en cuclillas y evacuar vejiga, pero ya me parece excesivo que menudo el espectáculo que debemos estar dando en la vía pública, los niños a lo mowgli, yo a medio meter en el coche y polipadre en pie vigilando la escena. Estoy muy incómoda con el pantalón extra ancho pegándoseme, inundado, a la piel.
            - ¿Qué hora es?
            - Las doce.
            - Llámalo.
        Y a mi gine aún le queda una media hora en el ambulatorio, más unos quince minutos de desplazamiento. Puedo esperar o ir ya al hospital.
            - Vamos.
            Y es que tengo que sacarme el pantalón. Y la racionalidad me dice que debo asegurarme de que no se trata de líquido amniótico. Me pondré cómoda y esperaré su llegada para decidir. Él confía en mí, tampoco es cuestión de defraudarlo ahora. Despacio me incorporo para agarrarme al respaldo del asiento. Ya no me muevo. Los dos niños van en el asiento delantero. Estamos al lado del hospital. Me toco el pantalón y me llevo los dedos húmedos a la nariz. Es orina. Ahora sí voy todo glamour... En cuestión de minutos estamos ya en la puerta de urgencias. Polipadre entra y vuelve acompañado de una celadora con silla de ruedas. La oigo preguntarle si puedo andar. Yo ni medio palabra, vuelvo a montarme de rodillas en la silla. Ella se alarma pero yo ni caso. Él se queda dando mis datos y a mí me llevan directa a las urgencias obstétricas. Cada vez que me viene una contracción, que ya es puro pujo, le digo que pare y me bajo para pasarla apoyada contra la silla. Buena parte del tiempo mantengo los ojos cerrados. Creo que no grito.
            - No, por favor, no, no te bajes, suplica angustiada.
            Y es que supongo que una mujer de piernas abiertas, pantalón empapado y pinta de empujar debe asustar, a ver si le voy a parir en cualquier pasillo. Por fin llegamos y ni me meten en consulta, sale una ginecóloga que se presenta:
            - Ya nos conocemos, me dice.
            Sí, le había puesto una queja en mi anterior embarazo por negarme la tercera ecografía si no iba a una consulta anterior. Me dice que iremos directas a la sala de parto natural, que no hay tiempo de verme allí.
            - Empiezo a empujar a los 7 centímetros y lo del pantalón es pis, le comento para que vea que no hay tanta prisa.
            Están discutiendo si silla si camilla y por fin me traen esta última. Me subo como puedo y me mantengo a cuatro patas.
            - Mejor túmbate, no te vayas a caer.
            - No, voy bien.
            Necesito apoyar las manos, hacer fuerza contra lo que sea para pasar los pujos. No me voy a mover. Entramos en la sala y me presentan a otra ginecóloga, otra matrona, una auxiliar. Me desvisten y el camisón se queda sin poner en mi brazo, me mantengo a cuatro patas y tan solo brevemente consigo medio tumbarme de lado. Alguna me hace un tacto. Yo estoy muy concentrada, ni me fijo en nombres ni en caras. Entre ellas se informan:
            - 9 centímetros o completa con reborde.
           Mierda. A la mierda la epidural, ya no me la van a poner. A la mierda la cesárea, estoy para expulsivo ya. ¿Pero por qué no sale si estoy en completa? Solo hay que esperar. Cuando estoy en completa, simplemente, paro. Debe estar atascado, tengo esa sensación. Siempre me ha resultado fácil el expulsivo y lenta la dilatación. Parece que esta vez iba a ser al revés. Ni me creía que hubiese dilatado tanto en tan poco tiempo. Pero, ¿ahora qué? Mi cabeza va a mil, no dejo de pensar. Voy a pedir que me llenen la bañera. Es probable que el agua caliente me ayude. Tengo el sacro muy dolorido y me tiemblan las piernas. La matrona me está poniendo una vía en la muñeca.
            - También vamos a sacarte sangre para las pruebas de coagulación que no las tienes hechas.
            No quería vía pero en mi última versión del plan de parto decidí aceptarla, ya que para ellos era tan importante. Me duele. La vena se ha roto y tiene que volver a intentarlo en el brazo. Entra otra ginecóloga que también se presenta. Es la del turno de la mañana. Entran más mujeres y ya no sé si son matronas o auxiliares. No encuentran latido fetal y, cuando lo hacen, este es bradicárdico. Me ponen en el dedo el pulsioxímetro para cerciorarse. Pierden foco. Me ponen las correas. Bradicardia. La última ginecóloga en entrar me informa de que hay que romper la bolsa y proceder a la monitorización interna.
            -Ya sé que no quieres intervenciones pero es importante, añade, siempre en tono amable.
            A mí me fastidia que por presentar un plan de parto ya se me etiquete como anti-medicina. Pues no. Si el latido es bradicárdico hay que confirmarlo. Como sea. Para eso están ellos y las intervenciones, nada que ver con aceptar una cesárea en la 38... Tengo que tumbarme para que rompan la bolsa. Boca arriba es imposible así que me quedo sobre mi lado derecho. Me viene un pujo tremendo y siento la necesidad de incorporarme pero tengo que aguantar así y tengo que pujar, no me van a cortar el pujo. Noto presión en la vulva y me sorprende que nadie me diga que está naciendo. Me llevo instintivamente a ella la mano izquierda y aprieto mientras pujo. Un chorro se propulsa entre mis dedos. Procede de la uretra, tiene que ser orina. Me ponen en la pierna el electrodo para la monitorización. La gine, sentada a los pies de la cama, pide instrumental para la amniorrexis. De repente un pujo que me hace incorporarme. Estoy a cuatro patas.
            - Se ve la cabeza, dice la ginecóloga sin moverse.
            Y paraliza cualquier intervención, monitorización incluida. Yo noto fuego en la horquilla. Tiene que ser el famoso aro. Primera vez que lo siento. Como si fuese una cabeza pequeñita. Ahora es cuando va a doler. Y vuelvo a empujar y lo noto y la gine me pregunta si quiero tocar la cabeza, que sale, que tiene pelo. Pero yo prefiero apoyar mi mano en la cama, seguir haciendo fuerza contra ella. Siento como un dedo de abajo a arriba y le digo que me está haciendo daño. Pienso que me está tocando para proteger el periné o yo qué sé.
            - No soy yo, es el bebé.
            Y no quiero empujar porque me va a doler y, a la vez, sé que tengo que empujar. Mi cuerpo empuja solo. No hay aro de fuego, solo esa quemazón en la horquilla. La cabeza sale y oigo voces que me dicen que respire tranquila para oxigenarlo, que empuje despacio. Pero no soy yo la que lleva el control de mi cuerpo. En el siguiente pujo sale el cuerpo.
            - Uno más y ya está, me dice la gine.
            Pero yo ya me estoy girando porque noto sus piernas deslizándose por mi vagina. Lo recojo de sus manos, una bolita, encogido, resbaladizo de vérnix. Lloro y río. Casi no me lo creo. Ya está aquí, tan rápido, tan fácil, tan bonito. Y vivo. Y me quedo como esperando el parto, esperando contracciones que me duelan, aro de fuego que me doble. Me quedo a medias. Hace mucho ruido al respirar e intenta eliminar líquido por la boca. Enseguida tiene una toalla encima y la matrona me insiste en que le frote la espalda para estimularlo y que llore.
            - Ya sé que no quieres pero tenemos que asegurarnos de que llore bien.
            Quizás esa limpieza le borra el olor a vida del líquido amniótico, que no llega a mi nariz. Rompió la bolsa al salir. La ginecóloga me enseña el cordón blanco y lo corta. El cordón aún nos depara otra sorpresa: un nudo verdadero.
            No puedo evitar pensar en que, de haberme programado cesárea, me hubiesen dicho que ese nudo no aguantaría un parto... Ese nudo para mí es una señal.
            - Un milagro, suspira la matrona.
           Bastante rápido sale la placenta y me estrujan el útero. Odio esta maniobra. Por la diosa, mi útero acaba de sacar un bebé, ¡qué le vais a enseñar a contraerse! Tanto la matrona como una de las gines me insisten en que avise a mi pareja. Yo estoy en mi mundo, sin separar los ojos del pequeño. Quiero llamarlo pero me cuesta salir de mi burbuja. Tampoco me gusta que me hablen. No se cuidan nada estos momentos del posparto inmediato, nuestro período de alerta, que debería ser tranquilo. Consigo enviarle una foto hecha a una mano.
            La ginecóloga en su estilo suave me recomienda ponerme oxitocina para evitar una hemorragia en mi potencialmente peligroso útero de multípara. Me pilla a contrapié y acepto. Nos trasladan a REA entre enhorabuenas varias, con mi bebé enganchado al pecho. Allí no hay nadie más que enfermera y auxiliar. La matrona me dice que puede entrar mi familia. Entra mi gine también a felicitarme. La enfermera me busca en la espalda la huella de la epidural y alucina cuando se entera de que se puede parir sin ella. Y sin episiotomía. Y que a los niños no se les caen los ojos aunque no les pongas la profilaxis ocular. Entra polipadre con los niños y él también alucina pero por la rapidez. Apenas acababan de entrar en una cafetería cuando recibió mi foto.
            - ¿Cuándo nació? Te dejamos a las 12:40 más o menos.
            - A las 13:05.
            La matrona vuelve para pedirme el papel de acuarela y me trae un zumo a mí y a los niños. Me viene genial porque estoy muerta de hambre y de sed. Llevo desde la cena sin comer nada y durante la noche apenas apuré unos tragos de agua y aquarius. Quiere imprimir la placenta tal y como figura en mi plan de parto. Yo ni me acordaba. Era más un recuerdo por si acaso... Pero mando a polipadre de vuelta al coche a por él, más que nada para que se lleve a los niños. Necesito tranquilidad, leñe, y no estar pendiente de que no toquen aquello o no se suban allí. En su ausencia vuelve la gine:
            - Al final fui yo la que te hice el parto.
            Ojos en blanco se me quedan. El parto lo hice yo, que sí, que es una forma de hablar pero es una forma de hablar que dice mucho. Entran las pediatras que me cuentan los riesgos del alta temprana y me hacen firmar un consentimiento. No dicen nada del riesgo de sacarme a mí bebé para examinarlo, medirlo y pesarlo en una mesa, a mi vista pero lejos de lo único que conoce, de su único hábitat: mi cuerpo. 8/10 de Apgar. 3,020 kg y 50 centímetros. Viernes 24 de febrero, 13:05 horas. Me dan el alta aunque no quieren. Aquí llegan mis muchachos con el papel y la matrona enseguida me trae la impresión.
              Ella y la auxiliar se despiden, hay cambio de turno. La auxiliar me dice que me verá en unos años, cuando vaya a parir a la niña. Y lo dice tan convencida que parece una premonición. Mediano se ha quedado dormido en el suelo. Lo suele hacer cuando está agobiado en un sitio desconocido, cerrado y con extraños. Ya casi han pasado las dos horas reglamentarias y nos vamos preparando para volver a casa con el nuevo miembro. Mi gine me trae mi alta y también se despide. Le debo más de medio parto. Ha tenido que ser a la cuarta que consigo un seguimiento de embarazo sin estrés, sin miedo a cada nueva consulta. Un verdadero acompañamiento donde las pruebas eran las necesarias para nuestro bienestar y no números para cubrir un aséptico expediente. Por primera vez, yo importé. Y es gracias a él. Llaman los vecinos que me oyeron gritar esta mañana y se sorprenden de que salgamos tan pronto. Tengo que pedir una cuña para hacer pis -maldito suero- porque allí cerca no hay baño. A cámara lenta, con pereza por abandonar la magia de estos primeros momentos, vestimos al peque y me visto, mi pantalón ya casi seco de pis, porque no he traído muda. No me mareo ni un poco, aunque mi tensión está por los suelos. Jamás hubiese imaginado un parto así. Y salimos cargados de bolsas, cajas y niños. Bajo tres pisos por las escaleras y camino una calle hasta el coche donde devoro mi tradicional bocadillo de nocilla posparto. Por primera vez, paso el resto del día en mi casa, en mi sofá, con mi bebé pegado. Y ya es paradójico, pienso, conseguir ahora lo que me había resultado imposible en mis planeados partos en casa. La normalidad. Y me ducho tranquilamente sin notar que mi cuerpo acaba de parir. Ni un rasguño. Y tengo la seguridad de que cuando me muera volverán a mí las imágenes de la primera vez que vi a mis hijos. A los cuatro.
            Luego llegó la leche y las heridas por un frenillo considerable que la seguridad social tardaba quince días en valorar porque no es una urgencia ya que el niño come y a nadie le importa mi tremendo dolor que malamente contienen las pastillas. Tenemos que cortarlo por privado.
          Luego los cuidados que doy por inercia, porque sentirlos es sumergirse en el dolor profundo y lacerante de la ausencia. Del cuerpo que se quedó sin dar. A la puertas de la vida. Sin ella, con nadie. Como si pudiese traicionarla. Aquí contenido un parto partazo que sin embargo leo frío, siento ajeno. Indiferente. Desconectada. Hay días que no sé si es niño o niña. Que les pongo la comida a los mayores y me sobresalto porque al pequeño no le doy, que no recuerdo que se bebe la leche de mi pecho. Quizás perdí para siempre la inocencia y ya nunca será lo que debió ser. A la vez, crío consciente del milagro y viviría eternamente pegada a él.

8 comentarios:

  1. No sé cuántas veces he leído tu relato. Y cada vez como si fuese la primera. Qué bien escribes, qué bien transmites lo que sientes. Gracias por hacerme parir de nuevo. Un abrazo. Disfruta de tus luces y también de tus/vuestras sombras. Un abrazo.

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    1. Muchísimas gracias a ti, por escribirme y por tu apoyo, que me veía hasta pariendo de nalgas! Abrazo :)

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  2. Sabes?? Hay descubierto ahora el nacimiento de tú cuarto... Eres increíble maría. Te sigo desde mí primer embarazo por las listas de Epen y me has aportado taaaanto! Con mí segundo embarazo no me hice algunas pruebas empoderada por tí y alguna más, sentí fuerza para entrar a una consulta y salir tranquila... Y ahora hace menos de 3 meses que nació mí tercera, en un parto en casa que disfruté gracias a tí, y a otras maravillosos mujeres que llevan años compartiendo su fuerza y sabiduría! Me alegro tanto Maria, de verdad de corazón. Siempre m acuerdo de vosotros, de tus relatos, de tus luces y tus sombras, y en la distancia os quiero. Enhorabuena

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    1. Muchas gracias por tus palabras! Empoderarte te empoderas tú sola, lo único que siempre es bueno leer experiencias de otras mujeres para creernos que nosotras también podemos. Me alegro un montón por tus maternidades y gracias a ti!!! Un abrazo grande :) PD: mándame los relatos de parto si los has escrito!

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  3. ¿Alguien puede aportar algo de bibliografía de partos vaginales tas cesáreas en T invertida?
    ¡Gracias!

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    1. No encontré. Los estudios sobre rotura dan aprox un 6% de riesgo de que se rompa el útero en el parto tras T, consideran que es un porcentaje no asumible y todos los protocolos aconsejan cesárea programada, quizás por esto no hay estudios (¡porque no hay casos!). Solo encontré algunos testimonios de mujeres que sí parieron, sobre todo en Estados Unidos

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  4. Hola! Gracias por tu relato! Yo también perdí a un hijo hace poco... y tuve una cesárea en T...los ginecólogos que me atendieron dijeron que nunca podré parir y tú lo conseguiste!!! Gracias por darme la esperanza...Quisiera preguntarte cuánto tiempo esperaste antes de quedarte embarazada después de la cesárea? Y el ginecólogo que llevo tu embarazo, igual me podrías pasar su contacto? Gracias y enhorabuena por ser tan valiente!

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  5. ¡Hola! Lamento mucho la muerte de tu hijo, tengo bastantes textos sobre el tema en el blog. A mí también me dijeron los gines que tenía que ser cesárea programada. Tuvimos una reunión no muy agradable: http://maternario.blogspot.com.es/2017/01/en-mi-hospital-no-me-dejan-parir.html
    Yo me embaracé casi a los 15 meses de la muerte de mi hija. Se recomienda esperar un mínimo de 9, aunque estos gines preferían 24 meses entre uno y otro nacimiento. Lo importante es lo que quieras hacer tú. Infórmate y decide. Mi gine trabaja en la pública, se puede pedir cita con él. ¿Dónde estás? Si quieres mándame tus datos a maternariomail@gmail.com y se los paso para que te dé su opinión. ¡Mucho ánimo!

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