El día 3: Es sábado por
la mañana y por fin no llueve. Mi útero y anexos llevan días revolucionados. Si
pongo las manos casi puedo sentir el ruido de todas mis células trabajando sin
parar su pluripotencialidad materna. Me parece que me escucho abrirme y abrazar
esa célula que ya son unas pocas, guiándola trompa abajo. Vamos a plantar
patatas y la tierra es como mi cuerpo fecundado esperando abrirse paso, la
vida, que rompe las tinieblas de la tierra en un ciclo perpetuo. Nuestros
úteros, las tierras acostumbradas a ver nacer, a ver morir. Todo está en su
sitio. Nada está mal. Nada sucede contra mí. Me reciclo. Cada día busco las
imágenes del desarrollo embrionario humano. Te veo unirte en ti, dividirte,
multiplicarte, emprender tu primer gran viaje a través de mi cuerpo, hasta mi
útero, que te espera ansioso de vida, temeroso de muerte, abierto a toda
posibilidad. Me brilla una ilusión. Amaso la empanada.
El día 4: Empiezo a
imaginarte. Imagino nuestra foto de familia. Te imagino bebé entre tus
hermanos. Nos veo saliendo todos juntos en el coche que ya no tiene un hueco.
El útero me tira de trabajo y camino despacio. Paseo por el monte y me nace la
sonrisa, fácil, desde el vientre. Voy paso a paso, disfrutando de los
movimientos de mi útero que se te acompasa. Eso es, día a día, un día más, sin
planes para mañana porque no existe más que este instante de frágil equilibrio
de tu vida en la mía. La delicada danza de las células replicándose, ocupando
su lugar para formarte. Imagino tu cara, tu olor, tu parto, tu peso sobre mi
cuerpo. E imagino de nuevo la muerte y la miro directamente a la cara. No tengo
miedo de sus dedos fríos. Ya soy campo arado, vieja de polvo, se me posan
mariposas y somos ciegas. Nadie me las arrebata.
El día 5: Estoy
llegando a casa. Vengo por el monte con tu hermano que se para a cada brizna de
hierba. Lo espero, me giro para mirarlo y llamarlo cada pocos pasos. Un punto
de luz y fuego irrumpe de la trompa hasta mi útero. Te siento. Ya estás aquí,
has llegado al endometrio que debe cobijarte, hacerte fuerte, crecer contigo y
mi barriga. Ya queda menos. Quiero que pasen estos días indecisos y frágiles.
Te quiero roble fuerte plantando tus raíces en mi vientre. Quiero que te
quedes. Quiero conocerte, que aún estás muy callado, niño, aún te envuelve el
silencio. Un punto solo. Mi ilusión es un punto indetectable al ojo humano. Mi
cuerpo trabaja constante y es revolución uterina. Ahora amaina. Intento
atribuirte cada mínima fluctuación. Hago memoria de los síntomas, recopilo
sensaciones para saberte en mí. Dejo de hacer hipopresivos. Vigilo lo que como
porque pienso en ti. Nos cuido. Quiero decírselo a todo el mundo, aunque no
seas más que una posibilidad. Ahora estás aquí y mi ilusión crece con los días.
Leo sobre el embarazo y sus cambios con la intensidad de la primera vez. Como
si fuese primeriza. Y me asombro de esta ingenuidad que se asemeja a la
inocencia del tiempo en el que no morían los bebés. La felicidad aún es posible.
Y vence al miedo.
El día 7: Nada más
salgo de casa, rescato un pajarito de la boca de la perra Lupa. Tan pequeñito,
latiéndome sobre la mano. No tiene más que las babas y el susto. Al poco sale
volando. Y hoy es el día en que te incrustas en mi útero, en el lado izquierdo.
Es mediodía y de nuevo estoy con tu hermano volviendo del monte. Hemos dejado
las patatas en el horno y, a medio camino, recuerdo que no les he puesto ni una
gota de aceite. Quiero volar a casa pero la velocidad es incompatible con la
curiosidad de un niño. Cada charco, cada hierba, mosca, montón de tierra, la
piedra bien grande que se empeña en transportar, de mano a mano, a hombro, a
cabeza... Ya llegando a velocidad de tortuga, te me clavas en la entraña. Le doy
la mano a tu hermano, para que por fin abandone el charco y se venga a casa a
salvar las patatas que podamos. Viene conmigo remoloneando y al llegar a casa
se queda en el patio mientras yo corro al horno. Por suerte el temporizador ha
saltado justo cuando las primeras empezaban a chamuscarse. Saco, echo aceite,
reprogramo, cruzo los dedos. Ahí entra él en casa, descalzo de una bota que
busco por todo el patio sin resultado. Y vuelvo a buscar. La bota no aparece,
ni entera ni destrozada entre las fauces de los perros. A la mañana siguiente
vuelvo al monte. En el primer charco yace la bota perdida. Había llevado al
niño descalzo para casa. Mis despistes de embarazo son más fiables que un test.
El día 8: Tengo todos
los síntomas posibles de embarazo. Me duermo. Se me cierran los ojos. Ese sueño
de párpados pesados como si cargases con el mundo en las pestañas. Me duermo
con que pase cinco minutos sentada. Vivo en el despiste y me embarga una
sensación de irrealidad que por veces me hace observarme fuera de mi cuerpo.
Por momentos viene a mí la disociación y me veo poca cosa esperando una
barriga. Y me veo tocar fondo y nada me importa porque todo se relativiza hasta
el absurdo. Todo es superfluo. Me quedo en mi instante que a la vez es
incertidumbre completa que perturba mi paz. Soy una montaña rusa y solo puedo
continuar mi camino, teoría de la inercia. Solo hago y sobrevivo.
Felicidades por lo que cuentas y por cómo lo cuentas. Disfrutaos!!
ResponderEliminarMuchísimas gracias!
EliminarBelleza linda, como tú.... espero que te llegue mi abrazo
ResponderEliminarClaro que llega, muchas gracias!
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