luns, 30 de maio de 2016

Crónica: De gatos, poesía y mujeres maravillosas

El pasado viernes 20 de mayo salimos de viaje. Nos disponíamos a recorrer los 1000 kilómetros que nos separan de Barcelona. El objetivo: llevar un gato a su nuevo hogar, pero no un gato cualquiera, sino a Boletus, una institución, el veterano, casi 11 años desde que llegó con apenas un par de meses y más hambre que cuerpo. Aprovechando nuestra breve estancia en la ciudad, a mi querida "agente literaria" Anna se le ocurrió organizar una presentación del poemario que acabábamos de terminar Isabel Piñana y yo. Las dos escribimos sobre nuestras maternidades desde el cuerpo, las dos conciliamos letras y niños y no nos resignamos a ser o esto o aquello. Porque hay más maternidades que las que nos han vendido. Llevamos meses con los poemas listos buscando cómo darlos a conocer. En mi caso, en Galicia, me hablan de una demora de dos-tres años desde que aceptan tu original hasta que lo publican. Dentro de tanto tiempo no habitaré en estos poemas, estaré ya muy lejos. La autoedición se fue imponiendo pero la inversión era demasiado elevada. Mucho riesgo. Así que pusimos nuestras manos a la obra. Literalmente. Reunimos nuestros poemas, traduje al castellano los míos, al gallego los de Isabel, contactamos con una maquetadora profesional (gracias infinitas, Sara), que se encargó de prepararlos para la impresión, que hicimos en casa, no sin dificultades. Pintamos las portadas. Mi hijo mayor pintó portadas. Y doblamos más de 700 folios para montar los libros. Dobló el padre de las criaturas, dobló la agente Anna, dobló su madre y grapamos gracias a su grapadora eléctrica que parecía que nos estaba esperando para estrenarse. 
Partimos esa mañana de viernes, digo, con los siete kilos del gato Boletus, los niños, las mochilas, la comida, el contrato de adopción, las portadas pintadas de los poemarios y solo cuatro copias impresas. Hacía mucho calor, daba pleno sol y nosotros con el aire acondicionado estropeado. Era imposible viajar con las ventanas cerradas. Era infernal el sonido del movimiento en carretera. Elegimos el ruido. Acabamos abriendo el transportín al gato, elevándolo entre nuestros asientos delanteros para que le llegase algo más de aire. El pobre hasta jadeaba. Tardamos casi 10 horas, con breves paradas para repostar y poco más. Fuimos directos a dejar a Boletus en su nueva casa, a conocer a su adoptante y a su nueva compañera felina. No fue mal la presentación, el normal encuentro entre dos gatos desconocidos y, al menos, a Boletus le gustó su adoptante. Pasaban de las once de la noche cuando salimos de su casa hacia la de mi "agente", donde dormiríamos. Tuve tiempo de leer a medias su dirección en mi móvil. Calle y número conseguí memorizar antes de que se me apagase. Lo cargo en el coche, se enciende y me pide el PIN. ¡El PIN! ¡No me sé el dichoso PIN! Lo tengo anotado en casa. No recuerdo ni un número por el que intentarlo. Se me ocurre entrar al face desde el móvil del tripadre, pero se nos han agotado los datos y aquello no carga de ninguna de las maneras. Estamos en la calle de Anna. Estamos cansados, sudorosos, doloridos de tanto coche. Los niños protestan, tienen mucho sueño. Le envío mensajes telepáticos a Anna, "llama al tripadre, por favor, llama al tripadre". Pero la conexión no funciona y como nada sucede si no lo buscamos, salgo a la calle y comienzo a andar arriba y abajo. Hacía unas semanas Anna me había enviado una foto de las vistas desde su ventana. Esperaba reconocer algún edificio. Nada por abajo, vuelvo a subir por la otra acera, buscando referencias, refrescando memoria, acordándome de la foto enviada por una tontería. Cómo se había convertido en importante. Y, ya bordeando la desesperación, lo veo, un edificio blanco que me quiere sonar. Rápido voy al portal de enfrente. Busco un segundo pero este es un segundo-primera. Lo mismo pasa en el portal de al lado. El tercero sí es solo segundo y sin pensarlo más timbro. ¿Sí? Y toda mi esperanza en unas cuantas letras. ¿Anna? Y Anna me abre y suspiro y nos partimos de la risa. Por fin, pasadas las doce, con un niño y medio dormidos, entramos en nuestro alojamiento nocturno. Por fin, tengo a Anna delante y no hay diferencia entre virtual y realidad porque es como si nos conociésemos de toda la vida. Como si viviésemos puerta con puerta... (continuará)


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