luns, 7 de marzo de 2016

Recuerdo a Mai



El peor día de mi vida empezó como otro cualquiera. 40 semanas y 4 días. Fotos y pinchazos en el cérvix como no había notado nunca, en tres embarazos. No me puedo sentar. No puede faltar mucho pero tengo una extraña sensación que me trunca el modo nido. La ropa de la niña que se acaba de llamar Mai está en una caja, no tiene armario, la habitación para las matronas está sin preparar, tengo la sensación de que pariré y todo seguirá igual. Y se lo digo a Ana. Los pinchazos son muy incómodos. Me ducho buscando la relajación del agua caliente. Me tacto y no toco nada. A las 18 uno de los pinchazos me pilla en el pasillo y tengo que aferrarme a un mueble para pasarlo. Es como que me observo y caigo en que esto van a ser contracciones. Y llamo a mi matrona para tener una coartada porque desde hace meses sé que ni ella ni la nueva van a estar en mi parto. Y Andrea y Ana lo saben. Son las 21 y picoteamos algo. Sé que son pródromos, no paso de 2 cm. Yo si como no paro. Cuento un rato contracciones irregulares. Como soñé, me voy a mi cama donde todo había empezado. Noto adrenalina. Escucho un pum. Mai ha roto la bolsa de una patada en mi periné. Ni así asumo que está en podálica. Voy al baño para ver fluir el líquido claro, como almíbar, caliente y vivo. Estoy eufórica, el mejor momento de mi vida, disparo de oxitocina. Y río tanto que tripadre aparece en la puerta del baño. Y mi cuerpo, que sabe, prepara el expulsivo, y me arranco la ropa, desconcierto, porque sigo de 2 cm y empujo y se desliza por mi vagina lo que mi cuerpo, Mai, sabían. Estoy a cuatro patas desnuda sobre la cama. Tripadre entra y me dice cordón. Respondo ambulancia, es cesárea. Le leo confusión, no es consciente de que pendemos de un hilo. Toco el cordón. Pálido, seco, frío, sin latido, delgado. Culo en pompa, intento introducirlo lo que me da la física de mi cuerpo embarazado. Tripadre tampoco puede y va y viene, con matrona, 061 y gines al teléfono. En cuanto atraviesan la puerta las y el incompetente de la ambulancia sé que estoy vendida. Que ni con indicaciones telefónicas la médica logra hacer un tacto. Ni viendo el cordón por fuera se les ocurre salir volando hacia el hospital, donde el personal de urgencias esperaba y desesperaba al punto de querer que fuésemos en nuestro propio coche. Atónita, ahí las tengo mirando mi mural de parto sin el más mínimo respeto por la vida. Estamos esperando a la UVI móvil. La enfermera y su ridículo fonendo, buscando latido, poniéndome la zarpa en el sacro provocándome contracciones. Una y otra vez le tengo que decir que no me toque, que mi cuerpo, sí, él ya sí, sabe que no hay prisa por salir, que hay que parar esto. Yo ya solo me dirijo al tripadre que me mira y no está quieto, se mueve, le digo. De repente a los ineptos se les da por salir a buscar a la UVI. El conductor es un ser despreciable que privilegia la integridad de su ambulancia antes que mi vida y la de mi hija. No la baja. Once escaleras me descienden a pulso él y tripadre, niños llorando en el coche, subimos la cuesta, me clavo en el metal, mis perros ladrando, me agarro fuerte porque temo caer y me meten en la ambulancia y me dejan en la camilla de palas sobre la otra camilla, los anormales, voy sobre un empapador mío, que nos lo han pedido en casa, las rodillas se me destrozan y cuando nos topamos con la UVI la médica me ladra qué somos, ¿de partos guays en esa postura?, y los cobardes de la primera ambulancia callan, no tienen arrestos de reconocer que son ellos los que me han puesto así, los que han perdido tiempo, no han sabido tactar ni empujar la presentación ni posicionarme. Han sido ellos, los que huyen sin ni siquiera mirarme. Esta médica es competente, sabe lo que hace, se disculpa por sus gritos, nos estabiliza y me informa, podálica, meconio. La enfermera me pregunta, me habla, me da la mano, tiemblo de arriba a abajo, ¿tienes frío?, contracciones que no paran tumbada boca arriba de cintura para abajo elevada. No, no tengo nada. Y me acuerdo de Rous Baltrons y de su matrona que le dice que, aún en cesárea, siga allí, con su bebé, que no lo deje solo y yo estoy, estoy de parto rodeada de mujeres desconocidas en el ambiente hostil de una ambulancia, y no me voy y canto las contracciones, estoy de parto y ellas me siguen, gritamos contigo. Mientras, un coche con dos niños dormidos sigue a la ambulancia. Un tripadre con los ojos mojados en lágrimas empieza a ser consciente de que su hija se le va. Llegamos a urgencias al mismo tiempo que mi matrona, que vive a más de 100 km. 25 minutos tardamos en coche, más de una hora en ambulancia. Dicen en el 061 que se han cumplido los tiempos de actuación... Llegamos y la suerte, esta vez sí, nos toca en forma de equipo respetuoso, la mejor matrona del hospital y un gine que se parece a mi cuñado, una tontería que en ese momento me tranquiliza. El monitor nos muestra un latido estertóreo y volamos a quirófano. Me cortan la bata, lo único que llevo encima, me sacan las botas, mi matrona entra corriendo atándose la mascarilla, la anestesista se presenta, anestesia general, rápido que esto duele así tumbada y llevo mal estas contracciones que no valen para nada, mi matrona me coge la mano y me dice que va a estar conmigo cuando despierte. Le digo que no se separe de la niña. Va para UCIN seguro, ya nos apañaremos, en cuanto me despierte voy, que no se quede sola, no le va a pasar nada, ¿cómo le va a pasar algo? Veo el reloj. La 1:20. A la 1:20 nace Mai. Y no respira y poca reanimación intentan porque no hay nada que hacer. Y se me la llevan y van a buscar al tripadre y las matronas se turnan para cuidar de mis hijos en el coche. Marisol y Mariví, no puedo estar más agradecida. Y padre e hija tienen su momento, se conocen, se despiden. A mí me limpian, sangro mucho, me cosen, me grapan y tardan tanto que el tripadre va a casa y me acabo de despertar cuando vuelve. Son las 2:20 cuando abro los ojos. El reloj en el mismo sitio, la matrona con mi misma mano, qué ha pasado, le pregunto. Y me la traen y la pongo sobre mi corazón, desnuda, desnudas, encima, me cambio por ella, lo pienso y lo siento con todo el cuerpo. Y aún noto su peso sobre el mío, su tacto encima, dentro. Siempre.

Mariposas, Silvio Rodríguez: 
https://www.youtube.com/watch?v=xVZXqSYk9D4

6 comentarios:

  1. No puedo dejar de llorar a Mai. Un abrazo mamá de Mai, grande, grande, grande.

    ResponderEliminar
  2. Qué dura experiencia...mucho amor para las dos...

    ResponderEliminar
  3. Es la segunda vez que lo leo y siento como si algo se hubiera muerto dentro de mí; la primera vez que lo leí, hace tiempo,el lenguaje se convirtió en un extraño, como imposible de decodificar, como si todo mi ser se negara a aceptar el desenlace y leyera, leyera en círculos buscando que la próxima vez las palabras condujeran a otro lado... esta vez al menos el lenguaje fue más amigable y me dejó llorar.

    ResponderEliminar
    Respostas
    1. Gracias querida. Aunque te parezca extraño yo también espero otro final...

      Eliminar