domingo, 7 de febreiro de 2016

La historia de Albertina

Desde el otro lado del océano, una valiente madre nos comparte cómo conoció y se despidió de su bebé. Gracias por enseñarnos dolor y esperanza. Gracias por presentarnos a tu David. Abrazos enormes a toda la familia.
Si tú también quieres que conozcamos tu historia y a tu bebé, escríbeme.

El año 2013 empezó de fiesta para mí, estaba embarazada, mi nene era como para septiembre pero yo siempre sentí que nacería en agosto. Bueno el embarazo bien, yo haciendo ejercicio, cuidando mi dieta, creí que sería un parto puesto que ya tenía una niña a la que yo había parido, cómo describirte cuando me dijeron que era niño. Todo era perfecto, la parejita, y antes de los 30, lo que siempre había querido. Estaba decidida a no tener más bebés. Me sentía completa, mi bebé era muy activo, me doblaban sus patadas, lo sentía muy fuerte. La familia feliz. Llega agosto y todo agosto tuve mucha ansiedad, quería que naciera ya. Teníamos todo listo para su llegada. A las 37 semanas fui a consulta y todo perfecto, lo recuerdo perfectamente, 19 de agosto 2013, el doctor me dice que tengo un poco alta la presión, no mucho 140/90, no me asusté puesto que a la niña también la tuve con un poco de presión alta, pero me recomendó reposo, y que esté muy tranquila. El día 21 de agosto dejé de sentir los movimientos de mi bebé. De mi amado David Alejandro. Le llamo al médico, quien trabajaba en lo que aquí en México es Seguro Social, y me dice "ven para revisarte". Me revisa y me dice que su corazón late y que me vaya a mi casa tranquila, el bebé nacería en otro hospital, espero como me dijo a las 3 de la tarde, nos vamos al particular con el mismo doctor, me hacen otro ultrasonido y me dicen que el bebé tiene taquicardia y que tiene que nacer ya, bueno pues, pero yo no pensaba que eso fuera tan grave, creí que nacería y todo se controlaría. Bueno me hacen una cesárea, en ese momento, el bebé no lloró en el instante, obvio yo no me di cuenta, nadie me decía que ya lo habían sacado, escuché un mini llanto y después se lo llevaron. El pediatra se acerca y me dice "señora, usted tuvo desprendimiento de placenta, nos vamos a llevar al bebé a la ucin". En recuperación se acerca como a la media hora el pediatra porque yo preguntaba a las enfermeras cómo estaba mi bebé, y me dice "señora, su bebé empezo a convulsionar y le hemos inducido a coma. ¿Alguna duda?". Me quedé callada, esperé a que se fuera y empecé a llorar y una enfermera me dijo "no llores, tienes que ser fuerte, tu bebé está luchando más". Me mandan a piso. Mi esposo me abraza llorando, me dice que él lo vio despierto pero ya le habían explicado que estaba muy grave. Pasé esa noche, entra el ginecólogo y me dice "báñate para que vayas con tu bebé". Después el pediatra me dice "señora, su bebé está muy grave, sufrió mucha falta de oxígeno" y unas palabras médicas que no recuerdo y terminó diciéndome "es muy probable que el niño muera". Lo vi sorprendida, no le dije nada, me preguntó si tenía alguna duda, le dije que quería verlo, apuré a las enfermeras para que me ayudaran. Ahí estaba él como dormido, con mil tubos, ese respirador, con mil aparatos que hacían un ruido horrible, pitaban y pitaban, era el más grave, en cuanto lo vi supe que era él, ya que se me hizo muy parecido a su padre, me aferré a que viviría, en ese instante le supliqué a Dios, que se quedara, le hablé a mi hijo que se quedara, le prometía que haría de este mundo el mejor, que sabía que el cielo tenía que ser hermoso, pero que yo trataría de convertir la tierra en el mismo paraíso pero que no se fuera, que se quedara conmigo. Ese día hubo una leve mejoría, leve, o sea, mejor color, pudieron corregir algo del azúcar y cosas así pero el niño estaba muy mal. Al siguiente día me dan de alta y lo fui a ver, lo vi cansado, pero yo seguía segura de que se quedaría conmigo, que lucharía. El doctor me da otra terrible noticia: "el corazón de su hijo esta muy cansado y dañado. ". Lo entendi... ¡pero tenía fe! Me fui a dar un baño y entra la llamada del doctor: "¿bautizaron al bebé?". Entendí lo que pasaba. Fuimos, hablamos con un sacerdote, lo bautizamos, yo seguía en mi negación, pero a la una de la mañana el bebé se fue, lo vimos irse, su papá le decía al oído que se fuera con Dios, que todo estaría bien, que lo amábamos, yo solo lloraba, vi como la vida se fue de mi pequeño, su color ya no era rosado, se convirtió en un amarillo pálido, fue como verlo consumirse. Lo pude cargar ya muerto y no sé cómo explicar que yo sabía que él ya no estaba ahí, que estaba cargando un cuerpo, sin su alma, sentía paz porque, aún con el dolor tan grande que sentía, estaba segura de que algo divino lo acababa de recibir. Llegué de nuevo a casa ya con sus cenizas, doblé toda su ropita, guardé como un tesoro cada ultrasonido con sus dvds y empezó el duelo, ese duelo, en el que ya no sabes quién es tu amigo, que hasta tu familia te molesta con comentarios que no quieres escuchar. Sentí que me volví loca, que morí y que volvería a nacer, algún día. Y así pasaron los meses, busqué ayuda psicológica, religiosa y, sí, aminoraban el dolor, la culpa se fue desapareciendo y, cuando los ataques de llanto se apoderaban de mí, terminaba tranquilizándome sola y diciendo "vuela, hijo, vuela, sé feliz". Los doctores me decían que me embarazara al año pero no esperé, a los 9 meses estaba embarazada, pronto supe que era otro niño, a quien tengo ahora, mi arcoiris, mi Emmanuel, quien tuvo que ser prematuro pero ya tiene casi cuatro meses conmigo. Lo curioso es que David se fue un 24 de agosto y Emmanuel nació el 24 de diciembre. Digo curioso porque cada 24 era solo tristeza para mí, era un mes más sin David, y ahora es un agridulce, celebro la vida de mi Emmanuel y, a la vez, la tristeza de mi angelito. Tener otro hijo no suple al que se fue y te da una luz, un poco de tranquilidad, pero es imposible olvidar al nene que se fue, aún le hablo, aún lo extraño, porque él es y será siempre mi segundo hijo, porque aunque la gente vea dos hijos terrenales, yo tengo la certeza de que tengo tres, aunque nadie lo haya conocido.

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